jueves, 20 de diciembre de 2012

Secretos


Si nos cruzáramos a la vuelta de la esquina,
de esta tarde o de la noche,
al margen de la vida que hemos llevado
los últimos ocho años,
me encontraría con tu cuerpo y tu voz,
con las ganas irremediables
de lanzarme a tu cuello y decirte al oído
todos los secretos que he estado guardando.

Tu presencia, taquicardia y disnea,
constante invariable a pesar del tiempo.
Si no tuviéramos al mundo en contra,
si no hubiera hijos y parejas, si la vida...

Secretos profundos, inconfesables,
como los sentimientos inmortales
que ha dejado tu paso por mi biografía.
Secretos que ocultaré hasta ese día
en el que nos crucemos,
a la vuelta de la esquina,
en el que no importen las obligaciones,
y todo lo demás sea secundario.

Por el momento me voy armando de valor
y salgo todas las tardes a entrenar,
para bajar las pulsaciones
que me produce la idea de volverte a ver.
Imagino que apareces de repente,
saliendo de cualquier portal,
sentado en un banco del paseo,
buscando un disco en Fnac
o incluso en una de esas exposiciones
en las que muchas personas tan sólo van a pasear.
Es entonces cuando fuerzo la bradicardia
con varias inspiraciones forzadas
y me convenzo de que seré capaz
de sonreírte, de aparentar tranquilidad
e invitarte a un café de puesta al día,
de llevarte a esa trampa mortal
en la que te darás cuenta
de todo lo que tú también sentías.

Primera vista en el supermercado



Hoy he soñado contigo,
nos conocíamos en el supermercado.
Yo buscaba un corazón
y tú ponías en venta algunos poemas.
En el pasillo de galletas y cereales
me encontré con tu sonrisa de saldo,
y después de comprobar
que tenía llena de esperanzas mi cartera,
me aventuré a acercarme.
Una conversación ligera de elaboración casera
terminó con un intercambio de teléfonos
sabor blackberry.
Nos despedimos y continuamos en dirección contraria,
algo más felices, algo más valientes,
pensando en ese momento
en el que abriríamos juntos
el champán francés que llevábamos
en el carrito de la compra.