domingo, 6 de mayo de 2012

Los recuerdos de mi vida


Crecí rodeada de juegos, en una muralla de nieve,
recuerdo el portal, número 21, el patio del colegio,
a Raúl, primer amigo,
donde quiera que estés, espero que seas feliz.
Aquel año, mi hermana me contagió la varicela,
me enseñó a ser fuerte,
ella fue la sombra de mis pasos,
creatividad, expresión y danza,
quien más cuidó de mí en los últimos ocho mil setecientos sesenta días.
Mi padre me dio la sonrisa y el gen de la migraña,
me quitó los miedos y la maldad,
ascendimos juntos las cuestas de la vida en bicicleta.
Mi madre fue el cariño y la comprensión,
el resguardo en los días de tormenta,
me regaló valentía y justicia.
Ellos son los responsables de que mis sueños
siempre sean una victoria.

El viento me devolvió a Santiago,
a sus piedras y sonidos de lluvia,
en el 93 regresamos a los orígenes,
llegaron las palomas de la Algalia
y las tardes en el doce bajo.
Final de camino, para mí principio,
lluvia, noche y farolas de luz naranja,
en la esquina de la plazuela
una ventana verde,
detrás una niña y su pijama,
el viento se cuela por debajo del marco
y más allá del cristal
la visión de la zona vieja
se graba para siempre en mi retina.

Aprendí a jugar al fútbol, a los abogados,
a la Super Nintendo y al baloncesto,
me enamoré de la música gracias a un profesor
y descubrí mi vocación por culpa del destino:
seis cuerdas y un fonendo.

Me hice algo más mayor,
salté fronteras,
enredé palabras en alemán,
me declaré en una playa,
perdí el miedo a perder,
me enamoré varias veces
de la persona equivocada,
fallé a una buena amiga
y desde entonces
mi verdad
duele un poco más.

Grité en contra de la guerra,
de la homofobia, del racismo
y de la injusticia.
Desafiné mi guitarra
con canciones inventadas
en noches de verano y
encontré en la amistad verdadera
un billete de ida al paraíso.
Confesé mi amor cuando creí oportuno
aunque debería haberlo hecho más a menudo,
me arrepiento de todos los abrazos
y los te quiero que se quedaron
doblados en el armario.

He visto morir a la persona
que me enseñó a escribir cartas,
he sentido el frío de la ausencia
en sus letras de posguerra,
el temor al paso del tiempo,
al olvido, al futuro
y a que algún día
mis nietos descubran y tiren a la basura
los recuerdos de mi vida.
Tengo la esperanza
de que alguno de ellos
conserve por lo menos este poema,
que escribo a las puertas de los veinticuatro,
con la sensación de haber vivido
lo mejor del final y principio
de un nuevo y viejo siglo,
con las ganas de romper
el papel de regalo
de todos los años que quieran
dejar sus huellas en mi conciencia.

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